Javier Heraud: Poeta joven y guerrillero del Perú
Escribe: J. Miguel Vargas Rosas
Son conocidas las figuras de jóvenes escritores, peruanos y latinoamericanos, asesinados a temprana edad por haber tomado un camino relacionado con la transformación social y/o la revolución socialista. En esta oportunidad, comentaremos brevemente sobre la figura de Javier Heraud, el cual se constituye en el ejemplo más claro, por lo menos en Perú, de que la poesía no está exenta de posiciones políticas. Heraud (siguiendo el ejemplo de Vallejo) entendió que “primero era el hombre y después el poeta” y, como hombre, se inclinó por una postura política que lo impulsaba a bregar por la reivindicación de las clases trabajadoras.
Heraud, con solo 21 años de edad fue un espíritu intrépido, apasionado y lleno de emociones, empático para con las clases desposeídas; por esta razón, se une al Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1963, esperanzado en crear un foco insurreccional en el Perú, que depositaba todas sus esperanzas en emular el triunfo de la revolución cubana, la cual había impactado notablemente en el espíritu de su generación (la generación del 60); una generación de poetas, dicho sea de paso, clasemediera. Aquel “aventurerismo” lo conduciría a una temprana muerte: más de 30 balas dum-dum impactaron contra su frágil cuerpo a orillas del río Madre de Dios, en Puerto Maldonado, pese a que su compañero había agitado la bandera blanca de rendición desde la canoa donde se encontraban. Resulta válida también la opinión de Arturo Corcuera quien, en una entrevista, afirma que la decisión de Heraud era romper aquella terquedad heredada de los poetas de separar la palabra y la acción.
La primera etapa de su breve pero intensa obra, tiene como estandarte al poema “El río”, en el cual la vida y la cotidianidad es representada mediante la metáfora del río, en la misma línea de la construcción de Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir”; y la de Antonio Machado (a quien admiraba sobremanera): “La vida baja como un ancho río”. Para entonces, Oviedo (1961) señalaba que Javier Heraud «es la mejor esperanza que la poesía peruana tiene dentro de las novísimas generaciones». Por su parte, Julio Carmona (2007) puntualiza que «…ya su poesía había logrado esa madurez, propia de los elegidos por la vida y los marcados por la muerte» y nuestra postura es similar a esta última, pues tal como señalara Mariátegui en relación a Raymond Radiguet: «Era un hombre nacido para producir una novela con fisonomía de chef d'oeuvre. Escrito el chef d'oeuvre, Radiguet tenía que morirse. No le quedaba nada que hacer en el mundo. El objeto de su vida estaba cumplido».
¿Era este también el “destino” de Javier Heraud? Eludamos responder a esto, pues es más que obvio, y regresemos a “El río”, extenso poema de 9 estrofas que inaugura, como señala Carmona (2007), la poesía sincopada en el Perú.
«Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas,
voy bajando por
las rocas duras,
por el sendero
dibujado por el
viento».
Reflejan estos versos una sensibilidad fina, pues la vida no solo es apacible, sino que se estrella contra las “rocas duras” y estas pueden ser el dolor (íntimo y social) del cual hablaba vallejo en “Los heraldos negros”.
alrededor sombreados
por la lluvia.
Yo soy un río,
bajo cada vez más
furiosamente,
más violentamente
bajo
cada vez que un
puente me refleja
en sus arcos».
Sorprende lo de “furiosamente” y “violentamente”, pues podría significar que ese río, “vida” de la voz poética, odia las injusticias, los dolores humanos provocados por esta; podría no ser un poema netamente “puro”, ya que ni Machado cultivó ese tipo de poesía (ejemplo de ello tenemos “La tierra de Alvargonzález” en el célebre Campos de Castilla) o puede interpretarse también como que el río, la vida en general, se torna difícil e incontrolable. En palabras de Elena Zurrón, el río-vida «aparece como una fuerza destructiva con la que expresa el desgarramiento del hombre en contacto estrecho con la naturaleza». En cualquiera de los casos, no habría algo netamente “puro” como propugnaban los “culteranistas” o algunos de la generación del 98 en España, y la poesía de Heraud no es una estética hueca. Existía ya en el poeta un germen de inquietud, de rebeldía, de ímpetu juvenil contra la monotonía de la vida superficial y de la vida sometida a un régimen oprobioso. Dicha afirmación queda definida con el poema “Una piedra”, en los versos que a continuación subrayamos:
«(…)
Si desembocaras en un
ancho río,
Y trajeras la paz al
mundo entero,
al cantarte en tus
aguas destiladas,
alma serías en mi
frente oscura (…)»
Más adelante, en el poemario que le haría merecedor del Premio Poeta Joven del Perú, la vida es metaforizada con un viaje, donde Heraud hace reflexiones más existenciales, tal como Elena Zurrón enfatiza:
«Únicamente cabe subrayar en estos poemas el carácter simbólico del viaje, al que se refiere siempre como a un deseo de descanso profundo, que podría significar un afán de tranquilidad y de superación de conflictos internos, dirigido a lograr la ausencia de angustia por parte del poeta: cuando Heraud «ha viajado», siempre ha intentado descansar».
No obstante, hay en toda su poética una obsesión por el tema o tópico de la MUERTE, como si el joven vaticinara su fallecimiento precoz; por ende, trata de ver a aquella como una amiga a la que podrá sujetarle la mano para seguir el viaje de regreso al hogar, a las raíces, al inicio de todo. En El río, como en El viaje, hay una especie de monólogo construido en prosa-poética y versos sencillos a lo T.S. Eliot; en los demás poemas que conforman dichos libros, existe un estilo casi-dialógico en el que se personifican elementos inanimados y a quienes, la voz poética dirige la palabra. Este modo suyo se evidenciará hasta en sus últimos poemas, solo que el grado de complejidad irá disminuyendo conforme el poeta asume que el fin didáctico debe predominar en sus versos. Para ejemplificar este postulado, podríamos comparar el poema “Las moscas” y el famosísimo “Ellos”, en el cual anuncia el fin del capitalismo y de sus representantes.
Reiteramos que hasta ahora no hemos visto en Javier Heraud una “Poesía Pura” en el concepto exacto de aquella expresión, que consiste en depurar los versos de contenidos que perjudiquen a su “estética”, según lo planteado por los españoles. En 1961, en París, Javier Heraud mantendría esta postura ante la entrevista que le hiciese Mario Vargas Llosa, al contestar lo siguiente:
«Lejos de ser una solitaria y aislada creación del artista, es testimonio de la grandeza y la miseria de los hombres, una voz que denuncia el horror y clama la solidaridad y la justicia; y la felicidad, algo inalcanzable fuera del destino común que debe ser conquistado»
De esta manera, Javier Heraud ya configura una poesía “más social”, porque su poética era “social” desde mucho antes, y es como Luis Chueca (2020) indica: «Una poesía articulada a las necesidades comunicativas del poema y a su radicalización política en curso» (p. 30). De esta forma, bajo el seudónimo de Rodrigo Machado, Heraud compone poemas como “Las moscas” que posee, a decir de Yoselin Quispe (2021), un sentido bisémico y estilo cuasidailógico pues le habla a la “señorita mosca”. Lógicamente esta “señorita mosca” es metáfora del capitalismo que se entromete y daña hasta los hechos más triviales de la cotidianidad. En este poema, Heraud establece que será necesario acabar con la mosca de manera “sabia”.
«Pero le advierto:
si algún día yo pudiera,
reuniría a todos los sabios
del mundo,
y les mandaría fabricar
un aparato volador
que acabaría con Ud. y sus
amigas para siempre».
Sentencia también que espera no verla alimentándose de las entrañas de su cadáver cuando lo sepulten en el campo. Hay en esto una especie de premonición, porque entiende que el capitalismo (la señorita mosca) es capaz de traficar con la imagen de guerrilleros o rebeldes a tal extremo de convertirlos en mercancía de enriquecimiento e instrumento para amodorrar a las nuevas generaciones.
«Solo espero no alimentarla
y no verla en mis entrañas,
el día que si acaso
me matan en el campo
y dejan mi cuerpo bajo el sol».
Incluso aquí, las metáforas que fabrica Heraud, son sencillas con un candor tierno, sutil, muy contrario al poema “Ellos” en donde se torna más directo y tiene un sentido, parafraseando nuevamente a Yoselin Quispe (2021), monosémico.
«¿A dónde irá la bazofia del país,
ellos que hablaron de «libertad»,
de «justicia, de «igualdad»,
cuando miles morían en los campos,
(comuneros, campesinos, indios
desarmados) bajo las balas
del petróleo, de los latifundios,
de los explotadores?»
Heraud es directo y ofensivo; estalla contra los opresores, del campo principalmente, pero luego arrasará con todos los explotadores. No obstante esta direccionalidad tan clara, hay en sus versos figuras literarias como la sinécdoque: Se refiere, bajo la nomenclatura de “…las balas del petróleo”, a los “dueños o extractores del petróleo” y los acusa de asesinar a campesinos, indios y comuneros. Esta sinécdoque es aún más amplia, puesto que las “balas del petróleo” forman parte del mecanismo o minoría “capitalista” que ostenta el poder en el mundo. Al final del poema, avizora el final de estos tiempos oscuros:
«Se irán a las embajadas.
No importa. Los sacaremos de
sus inmundos huecos,
a todos juntos los juzgará
el pueblo.
Nadie podrá pedir clemencia para
ellos,
pues están solos.
Morirán ante el tribunal
del pueblo.
Nadie los llorará.
Pronto serán olvidados».
El poema fue escrito en La Paz, Bolivia, en 1963 y el 15 de mayo de ese mismo año, Heraud sería asesinado. Según un documental, los pobladores habían sido atemorizados por las Fuerzas Armadas, quienes además de proferirles amenazas de muerte si apoyaban a los llamados “comunistas”, habían inventado historias descabelladas sobre los jóvenes insurgentes. Esto hizo que los pobladores se mantuvieran al margen de todos los sucesos; por el contrario, otros se animaron a apoyar a las fuerzas gubernamentales. Ese mayo de 1963, en Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, se apagó una esperanza no solo de la poesía; una de las voces más precoces de la literatura peruana y uno de los espíritus más humanos que gestó el Perú contemporáneo en sus entrañas. Inmediatamente después de saberse la trágica noticia, varios poetas escribían sus versos en homenaje al joven vate; el propio Neruda enviaría una carta lamentando la muerte del joven poeta a quien no pudo conocer en persona. Pese a esta dolorosa pérdida, y parafraseando a Mariátegui, podríamos decir que su fama y reconocimiento es, en gran parte, consecuencia de su prematura muerte tal como la de Radiguet, porque hoy, probablemente, sería un poeta no tan reconocido. Hay quienes mueren para regresar al hogar, a la casa, como Heraud, que regresó a las entrañas del Perú a seguir soñando con un Perú diferente.
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