La última estocada....

       Un libro hermoso, tierno y revoltoso. Así se podría definir a “La última estocada”, cuyo lenguaje se viste de la ternura de la infancia, pero a la vez del espíritu de los habitantes del Perú profundo, es decir un espíritu humano, solidario, un espíritu que rompe la cadena tan fría con la que suelen comportarse los de la llamada “civilización”. Su dialecto se asemeja al de José María Arguedas de los Ríos Profundos, sin embargo, a este dialecto, Alejandro Acosta le agrega el estilo moderno de narración, haciendo que las descripciones sean menos extensas, esto es positivo, aunque por ratos falla y le quita la intensidad propia que debería poseer alguno de sus relatos.
En general el libro de cuentos posee un lenguaje fluido, entretenido y de transmisión de mensajes constantes, por lo que es necesario analizar cada historia. Por ejemplo, el cuento “Operación secreta” nos muestra la conexión que existe entre el poblador andino y los animales, una conexión hecha, se podría decir, por los propios dioses de la naturaleza, pero también nos muestra la inocencia y el corazón humano de los niños en general, a raíz del hallazgo de un conejo herido, al que un escolar tratará de conservarlo con vida. Pero hay que ir más a fondo, se podría decir que esta historia también trata de salvar a la raza humana, pues un hecho y un sentimiento de este tipo, de martirio, de desesperación, de dolor por el dolor de otro ser, es también la recuperación de un espíritu noble, característica propia de los humanos. El relato conserva un tiempo prolongado de suspenso. La descripción sobre el accidente del conejo, es muy aplaudible, pues el suspenso, creo yo, se centra más en la peripecia del animal, quien cobra tanta importancia como cualquier personaje humano.
Algo similar sucede en el cuento “Aventura Mágica”, donde utiliza el recurso de personificación para dotar de vida a seres inamovibles, tales como los “trompos”. Acosta trata como a unos niños queridos a los trompos, que a sus personajes les duele cuando sufren los golpes de las púas o se pierden en el río y se destrozan. Aquí también hay una sensibilidad de niño que pareciera sobrehumana, pero es netamente humano. Acosta con estos personajes y estas historias no solo trata de transmitir mensajes sensibilizadores, sino que reclama tal vez recobrar esa humanidad y sensibilidad, características propias del ser humano, en medio del caos en el que vivimos.
Los otros relatos, unen la superstición de la sierra, la magia y la fantasía. En “Una mística aventura”, esa superstición nos lleva muy lejos. Nos hace evocar las tres leyes principales en las que se regía el imperio incaico: “Ama Swa”, “Ama Quella” y “Ama Llulla”, pero en el relato estas leyes se fusionan con las creencias traídas o impuestas por los conquistadores españoles, por lo que trata de sensibilizar recurriendo al castigo de la otra vida. Aquí el personaje del cuento, un niño que juega a las escondidas con sus amigos, sube, mediante la magia hacia un lugar donde se le empiezan a aparecer ángeles (hablamos aquí ya de la cultura española que les fue impuesta por la Roma católica), y le hace ver recintos con cada ley del imperio ancestral y causa en el niño un remordimiento grande por todas las faltas que ha realizado en la vida. Ese remordimiento también debería sentirlo el lector, según puedo descubrir en la intención del autor, pues se trata de transmitir eso en los jóvenes y niños que pudieran leer el texto.
Voy a concluir hablando del último cuento que, creo haberlo ya leído hace mucho y que forma parte de este libro. “El pez delator”; una historia buena, aunque pudo enriquecerse de una manera más soberbia. El pez delator nos transmite que por sobre todas las cosas debe primar el valor de la honestidad y la honradez y por sobre todo, uno es poco en la sociedad y por ende debe primar los intereses de todo un pueblo. Sin usar demasiada demagogia o política, Acosta nos sumerge en la célebre frase de Rosseau: “El hombre nace bueno, pero la sociedad lo corrompe”; mas aquí, nuestro personaje, un pequeñín, no deja corromperse, por el contrario trata de salvar a su pueblo, aunque sea arriesgando a su propio padre que anda por el mal camino y aunque le duela. Nos muestra cómo habiendo tantas piedras que nos inducen a callar, a corrompernos con el silencio, el personaje principal decide no caer ante ello, sino a seguir, porque el pueblo es lo principal, las masas populares son lo más importante, porque en el seno de ellas podremos desarrollarnos y podremos recuperar la felicidad cuando a ellas se les es otorgada. Porque los valores supremos como la justicia, la honradez, el honor, son los que deben regir nuestro amor al prójimo y nuestra convivencia. 
Con un lenguaje sencillo de entender, una diversidad de temáticas, “La última estocada” es una obra muy sugerente, aunque en un cuento, como ya lo vimos, se asoma a la costumbre de antiguos narradores de imponer correcciones, aludiendo a seres superiores (lo cual cohíbe a los infantes), ya va encontrando su propia voz, una voz libre y un mensaje que incita a la liberación, siempre que conservemos el espíritu correcto que muestran los niños en cada relato. Esa liberación que hace mucha falta cultivar en los niños y jóvenes, una libertad que no se confunda con el libertinaje. Esperamos encontrar en sus próximas publicaciones, más de esas narraciones que incitan a la liberación del ser humano y se libere de esas historias de imposición de correcciones al estilo de los antiguos narradores que nos imponían brujas, dioses, etc. 

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