El predominio de la fe y la fe que inspira

     Escrito por J. Miguel Vargas Rosas

    Gonzalo Portals Zubiate (1961 – 2023) nos sumerge en una historia sombría, cuyo personaje principal resulta también umbrío en una época y contexto oscuros, pues subsiste el absolutismo de la Iglesia católica y la sociedad es flagelada por la Peste negra.. Creemos que la selección del personaje del Caravaggio por el autor no ha sido una elección arbitraria, pues El predominio de la fe (2020, ganadora del XXIII Premio Novela Corta Julio Ramón Ribeyro) no es una simple biografía novelada, sino una ficción que transpira mensajes sociales y fe en la humanidad de los artistas y en la rebeldía del hombre como tal. Recordemos que T.S. Eliot (1992) señaló lo siguiente: «La poesía puede tener una función social consciente, deliberada. En las formas más primitivas este propósito suele estar muy claro (…) La poesía se utiliza muy pronto en los rituales religiosos, y cuando cantamos un himno aún estamos usándola para un propósito social concreto» (pp. 11-12).  Este postulado es aplicable en la narrativa, más aún cuando la narrativa hace uso de una fluida y exquisita prosa-poética, como sucede en El predominio de la fe. 


Así como su Caravaggio es un hombre que, en determinada etapa de su desarrollo artístico, busca romper las reglas y rebelarse contra las leyes impuestas, Gonzalo Portals hace lo propio, intentando demostrar que la fe no solo consiste en la creencia de algo sobrenatural o transmundano, sino que dicha fe radica o debería radicar principalmente en el espíritu rebelde del hombre y en la humanidad de esa rebeldía. Por eso señalamos, líneas arriba, que la elección de dicho personaje no es, en absoluto, una elección arbitraria. Caravaggio se rebela contra el arte domesticado y concibe el cuadro titulado La muerte de la Virgen, donde renuncia radicalmente a ver a la virgen como una entidad suprema, transmundana y la vuelve completamente humana; con esta humanización, el artista puede circunscribir en su arte, en su inspiración y en su propio espíritu un grito de inclusión que coloque en la palestra a las clases oprimidas y vilipendiadas durante mucho tiempo por aquella Iglesia católica que decidirá excomulgarlo. «Esta María, muerta y de pies hinchados, no está rodeada de una nube de querubines que la conducen al cielo; no representa, por lo tanto, una asunción, sino su muerte física» (pp. 17-18)

De esta manera, con una sutilidad magistral, Portals realiza una novela anticlerical, sin descender al nivel de las obras ramplonas y chabacanas que hoy en día abundan en el mercado. Gonzalo Portals va más allá al hacer uso de una expresión genuina, buscando mantener la grandeza de las obras literarias de calidad. Esta rebeldía tiene un parangón con el propio personaje principal de la novela; podría decirse, entonces, que la mentalidad del personaje es a la vez la mentalidad o lo subjetivo del autor y, en gran medida, el autor ve reflejado su subjetividad en la subjetividad de aquel personaje de la época medieval.  

Al respecto, reproducimos un breve texto de Honores, H. (2021) acerca de esta dualidad personaje-autor, porque lo creemos muy acertado: 

«Sacrílego y profano, el Caravaggio de Portals vendría a representar el primer impulso moderno en la pintura occidental, siempre a la contra de las reglas y cánones establecidos por la Iglesia. Si trazamos un paralelo con la literatura limeña oficial, Portals va a la contra, porque si bien escribe una novela histórica, esta no alude al pasado peruano inmediato del siglo XX, sino que saquea la historia del arte occidental (con conexiones, claro, con el Sur colonial), se sirve de la figura de Caravaggio para reafirmar su propia estética, y mostrar al personaje en su humanidad y en su tortura, que adquiere una dimensión atemporal, es decir, las reflexiones de la novela se orientan hacia la condición del artista-sociedad, un claro tópico del arte moderno». 

Decíamos también que la obra no es una biografía novelada; en gran parte de sus páginas otorga prioridad o se centra básicamente en el irónico destino del cuadro La muerte de la Virgen, el cual se torna en una especie de alter ego del Caravaggio; la obra es rechazada, escondida, denigrada, repudiada por las élites y, aun así, circula clandestinamente, sobreviviendo a las inquinas del poder como símbolo de rebeldía y de humanización. Portals hace hincapié en este suceso, verbigracia de que las acciones superiores y/o rebeldes son desprestigiadas, apuñaladas, empujadas al oprobio por las clases gobernantes tanto en lo artístico como en lo socioeconómico, pero incluso así sobreviven al paso implacable del tiempo. Fíjese aquí la importancia y relevancia otorgada por Gonzalo Portals al suceso rebelde, al hecho de inmolarse por ir contra las reglas, sin descuidar obviamente la línea existencialista que permite explorar la psique del protagonista y, a la vez, del propio escritor. 

    Dicho existencialismo, aunque varias veces cae en la subjetividad —hecho inevitable en todos— como cuando una de las voces narradoras asienta: «El tiempo es un ladrón de poca monta; te descuidas y te quita tus pertenencias más valiosas y encomiadas» (p. 68), se aparta del existencialismo pesimista y fatalista, para optar por un existencialismo con propósito más social, al englobar al “yo” como parte del “todo”. Así, la voz narradora va a explicar que «su ciudad era una entidad con la cual debía convivir y a la cual había que derrotar todos los días que le quedaban por vivir. Y derrotar no significaba otra cosa que reconocerla y aprehenderla, utilizar y adaptarla. Derrotarla equivalía a hacerla suya, a cercarla e imprimirle una categoría distinta» (p. 27).  De esta manera, la voz narradora filosofa sobre distintos aspectos de la vida; su filosofía sobrevive incluso en la más absoluta soledad, provocada por el martirio y la tortura. «La soledad es áspera, se pega en las paredes de esta celda inmunda y se refocila en mi dolor y se vanagloria de mis pesares» (p. 87) La soledad deja de ser la compañera amada, la preferida, la que consuela, la que inspira y, bajo la tortura y el oprobio, esa compañera suele debilitar el alma y fagocitar las fuerzas internas, pero a la vez permite obtener una nueva visión o perspectiva. «Esta soledad innoble me traiciona. Me hace ver la insania de estos tiempos con otros ojos: más abiertos, más diáfanos, menos confabuladores con aquello que acontece en esta hora incierta» (p. 87). Esa poesía honda y ese espíritu iconoclasta empapa toda la prosa de El predominio de la fe. Como parte de este enrostrar a la vida en determinado tipo de sociedad, la filosofía profundiza en las raíces existencialistas críticas. «Los burros y los perros poseen mayor claridad de ideas y prometen más calor y fraternidad que algunos de los artistas y teóricos del arte» (p. 145) Con esta frase se satiriza al arte domesticado, al artista mimético, obediente y sumiso, cuya vitalidad y originalidad se han perdido. Sin embargo, estos artistas con sus respectivas obras son los que reciben beneficios otorgados por las clases gobernantes, y hace sentir al artista original como «…una lejanía que se arrastra…» (p. 160). Dicho sentimiento no solo afecta a los artistas, sino también a los humanos comunes y corrientes enajenados bajo un determinado sistema de opresión. 

Retrato del Caravaggio

     Los conceptos del arte esbozados en la novela impulsan hacia la rebeldía y a la libertad como soporte o basamento de un verdadero arte trascendental. Así, el Caravaggio se siente otro, con dolor en el cuerpo y en el alma y encuentra en el arte, no su refugio, sino la forma exacta para enfrentar el dolor. «El arte, cualquiera sea su manifestación, tiene la capacidad para encarar con éxito el dolor» (p. 41) Así pues, el arte no es un efugio para evadir el dolor, sino un instrumento indispensable para hacerle frente y derrotarlo; este arte debe optar por el sendero de la libertad. «La pintura debe responder a una disposición de libertad interna, para lo cual se debe pintar aquello que uno desea pintar» (p. 41). Si bien es cierto que subyace una contradicción entre el “yo” y el “común”, se puede hallar una solución a esa contradicción: la rebeldía que construye lo nuevo en una sociedad anquilosada, pues todo lo revolucionario resulta nuevo, innovador y todo hombre libre tiende a crear lo nuevo, a innovar, a revolucionarlo todo. 

    Portals, con su predominio de la fe, no es pues un literato bonachón y buen amigo de todos, sino un despiadado crítico que utiliza la crítica ácida contra la época medieval y el poderío de la iglesia, para disparar contra la sociedad actual, pues ese occidente medieval bien podría encajar con la realidad actual, solo que con entidades opresoras diferentes que necesitan del “dogma” para dominar. Aunque los monólogos contenidos en la novela ya entreguen una respuesta generalizada, debemos cerrar este breve análisis, con la siguiente pregunta a la luz del terror que hoy se propaga por el mundo (guerras, hambruna, desempleo, depredación de la naturaleza, etc.) «¿Qué clase de demonio posee tamaño poderío como para generar un genocidio de esa magnitud?» (p. 101) El autor sonríe desde lo lejos y sabe que incógnitas y tramas como estas buscan alentar o despertar el espíritu rebelde y libre del hombre, del artista y la sociedad. 




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