Música de cañerías entonada por Charles

Por: J. Miguel Vargas Rosas


          “No tenías que estar borracho para sentirte destrozado, para que te liquidase una mujer; pero podías sentirte destrozado y convertirte en un borracho”, esta frase podría ser un epitafio de la obra de Charles Bukowski, pues sus relatos exponen una personalidad colindante con lo ramplón. Si bien es cierto que para la época de Bukowski su literatura rebelde era necesaria para romper con tanta cucufatería intelectual y gritar las atrocidades con la que pretendía idiotizar el sistema a la población norteamericana, “Música de cañerías” cae en la monotonía de un deseo desmedido por el sexo y la vulgaridad, conduciéndolo a perder toda intensidad en sus líneas. Hay frases rescatables e historias también; sin embargo, poco a poco se profundiza en una modorra donde languidece todo tipo de sentimiento o pasión.
       La crudeza queda pequeña ante la crudeza de los indigenistas peruanos. Y aquella, su mal llamada “crudeza”, resulta un eufemismo de la vulgaridad que utiliza en su lenguaje y la tragedia dramatizada que en muchas de sus narraciones refleja (por lo tanto hay una romantización de sus personajes y se aleja de lo crudo y de lo real). Cierto es que Bukowski logra con algunos relatos impactar de manera magistral al mostrar realidad o los problemas sociales que afectaban a una capa de la sociedad norteamericana, pero el escritor alza la bandera de la clase lumpen, de quien no solo relata sus peripecias más obscenas y degradantes, sino que los ensalza o en el mejor de los casos, solo los mira con normalidad, catalogando dicha cultura como un rimbombante progreso.    
      Habrá que contradecir a los que señalan que su literatura es “realista” a secas o “suciamente realista”. Por lo menos en este libro de cuentos, la realidad social se ve acortada o enclaustrada en la cultura de la clase lumpen. Fuera de esta realidad, no hay otra o no la muestra el autor. Además, varios de sus cuentos salen del realismo para asomarse a una fantasía terrorífica o gore. De ahí que se desprenda su espíritu pesimista y degradante, cuyos problemas no son sociales, sino y sobre todo subjetivos. Hay quienes señalan que representa la decadencia y degradación de la sociedad norteamericana, pero hay que señalar que su obra es decadentista, porque se aferra a esa decadencia y a esa degradación, como efecto de su espíritu nihilista, el cual está alimentado también de mucho egocentrismo burgués. Sin embargo, aquí no generalizaremos nuestra opinión, ya que nos basamos solo en un libro y cabe señalar que en este hay mucha más profundidad que en las decadentes obras de Jaime Bayly y Vargas Llosa con su “Las cinco esquinas”, donde el autor cae en pornografía simplona.
      Bukowski la haría bien como romántico, pero se reniega de este lado suyo. Trata de luchar contra este lado para asomarse más al pesimismo de su clase social. 

    A continuación, transcribimos algunas de las frases encontradas en “Música de Cañerías":
El único sitio donde asomaba el infierno era en sus ojos”

“La muerte no apesta. Sólo lo vivo apesta, sólo lo que agoniza, sólo lo que se pudre apesta. La muerte no apesta”

“Creía que la pobreza entrañaba pureza. Eso es lo que los ricos siempre han querido que creamos por supuesto”. 


“El genio quizá sea la capacidad de decir una cosa profunda de una forma sencilla”

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