EL MES MORADO (Reflexiones)

        ¿Alguna vez han sentido cierta presencia de misticismo en la vida?, ayer mientras construía una alfombra para recibir al Señor de los Milagros, un Jesucristo venerado en el Perú y que en la ciudad de Huánuco lleva el nombre del Señor de Burgos, sentí otra vez ese misticismo. Cientos de personas construyendo alfombras, haciendo juegos florales para esperar a la adoración, mientras en una mesa pobre, una madre llora porque sus hijos mueren de hambre o de alguna enfermedad.
 Sin embargo esa misma madre gasta los últimos centavos para recibir a dicho Señor que inmutable es cargado por toda una cofradía vestido de morado. Ayer mientras miraba la devoción de la población, me llegaban malas noticias, mientras mi madre se aferraba a no blasfemar, a ayudar al prójimo, recibir bien a la cofradía. Mi mundo una vez más se llenaba de misticismos, ¿Qué de milagroso tiene el señor de los milagros? Mi abuela me hubiese mandado callar, explicándome con su voz maternal por qué Dios hace las cosas de tal manera. De seguro no faltaría quien dijera “Dios sabe por qué hace las cosas”; pero cuando los problemas se te vienen encima en el mes de los milagros, uno sólo quiere preguntar sin ser sancionado, sin ser reprendido, aunque jamás halle la respuesta sensata y lógica de por qué el Dios de Dioses no se manifiesta ante tanto caos. Porqué Dios está jugando un juego tan maligno desde allá arriba o desde donde se encuentre, limitándose sólo a observar.
       Mi madre lloraba de dolor debido a alguna enfermedad y sin embargo decía que debíamos recibir bien al Señor, porque nos castigaría. Una mujer se disputaba en juicio contra el que alguna vez fue su conviviente, porque éste se negaba a mantener a su propio hijo ya que a sus más de cuarenta años quería seguir siendo el mujeriego de toda la vida, sin responsabilidad alguna. Un delincuente común que nunca portó arma era condenado a prisión y otro era cocido a tiros, mientras los grandes delincuentes con seguridad y armas, acribillaban jóvenes o adultos en alguna calle. A esa misma hora en que el Señor de los Milagros conglomerada grandes masas de personas en las calles, buscando su bendición, las autoridades peruanas, latinoamericanas y mundiales robaban y estafaban a esas mismas masas. Un blasfemo utilizaba la palabra de Dios para quitar lo poco que ganan los campesinos creyentes; un sacerdote o algún pastor de otra religión, ultrajaba a un niño en algún rincón de alguna casa. 
     A esa misma hora, un inocente era privado de su libertad por la justicia injusta; los niños huérfanos o pobres seguían enfrentando la muerte entre el tránsito vehicular, en los cementerios, en los restaurantes o incluso en fábricas. Las guerras seguían asesinando hermanos. La infancia seguía siendo acribillada. Una mujer mataba a su marido y en otra relación, el marido mataba a su mujer. 
Mi madre al finalizar todo, cansados ambos, me miró con unos ojos tiernos pero llorosos, apretándose la barriga. Yo sabía…no era necesario preguntar, le dolía el estómago y le dolía el alma. ¿Acaso era mi culpa?, ¿acaso era mi maldita culpa por preguntar a Dios dónde quedaban los milagros?, ¿por blasfemar de tal forma?,  Si fuera mi culpa, si Dios me dijera: “es tu maldita culpa”, me cortaría la lengua y los brazos con tal de no ver llorar a mi madre, mujer santa dispuesta a ayudar a todos los que necesitaban.
        Lo único bello aparte de la procesión, era esa confraternidad de vecinos. Horas intensas desde la mañana hasta la noche en que todos los hombres de una cuadra entera se aunaban para trabajar en armonía, con chascarrillos y miradas amables. Todos con la devoción en el alma, pidiendo perdón a Dios o tal vez a alguien que pudiera librarles del peso inmenso que eran sus pecados. Sin embargo hasta ahora no puedo dejar de preguntar, ¿hasta cuándo el señor seguirá jugando en silencio aquel viejo juego del gigante que se limita a observar?,  ¿él quiere que nosotros construyamos el nuevo mundo, acaso?, si estoy blasfemando por preguntarle cortésmente, por hablarle como si fuera mi amigo…si tan sólo Dios me lo dice, por piedad o justeza, que estoy blasfemando y que por mi culpa pagarán otras personas, entre ellas mis seres más amados, entonces me quitaría la lengua, los brazos, los ojos, la vida misma…Pero no creo hacer blasfemia con ello y no falta un “protege a los míos, aunque a mí no….Amén”

                                                                                                          J. M. Vargas Rosas

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