El Recuerdo de Aguaytía

Por: J. Miguel Vargas Rosas

Fotos tomadas del facebook "Aguaytía-Perú"

Ahora que el tiempo es apacible y la melancolía ha ingresado por la puerta e infiltrado por las ventanas, embadurnando las sábanas de la cama, empapando a su vez las tristes páginas de Don Quijote de la Mancha, vuelvo la mirada atrás…Retorno a aquel lugar donde mi infancia transcurrió y aunque dicen que ahora Aguaytía ha embellecido más, yo lo único que puedo ver es la Aguaytía de antes, esa Aguaytía donde solía salir descalzo junto a muchos amigos a jugar en la tierra hasta decir basta.
Esa Aguaytía de lluvias intensas, con viento fuerte sacudiendo las calaminas de las casas, cuyos rayos hacían estremecer el cielo que se oscurecía y nosotros si no nos ocultábamos bajo el techo de las casas, porque las personas en esa ciudad son muy agradables, decidíamos jugar fútbol o fulbito sin importar si nos empapábamos con el aguacero.
 Aquella Aguaytía que mis abuelos junto a otras personas la vistieron de leyendas y mitos, haciendo dibujar en mi mente un mundo oscuro pero agradable, un mundo nebuloso donde los fantasmas podían andar y los demonios podían existir, queriendo a la gente tentar. 
      Aquella ciudad que deja relucir  su majestuoso río Aguaytía, a donde íbamos en grupo a hacer expediciones y ahí, parado en la orilla, yo miraba con respeto las aguas ya sean cristalinas o turbulentas, que transitaban hermosas, quien sabe hacia dónde. Cuando el sol se disipaba a lo lejos, tiñendo el cielo unas veces de color dorado y otras de púrpura, no había nada más hermoso que hiciera latir mi corazón de infante que contemplar el río bajo el portentoso sol agonizante.
          El gran puente del mismo nombre, color azulino, de veredas excesivamente angostas y que más tarde sería sustituido por su réplica, uno naranja mucho más cómodo. Ese puente azulino que es considerado el puente más largo del Perú, tenía mi admiración, pues golpeado por los rayos solares cuando el crepúsculo se forjaba en el horizonte, creaba un paisaje divino.
Por ese puente descendían al gran río los habitantes en multitud y caravanas a festejar la fiesta de San Juan. Casi todos conocían a todos. Todos se saludaban, amigables, sonrientes y felices.
Ciudad paradisíaca que a veces recorría a bordo de mi bicicleta solo o con algún otro amigo y llegaba hasta Pampa Yurac, y divisaba sus carreteras desoladas-extensas que parecían espejos al destello del sol. 
      Más allá de Pampa Yurac se encuentra El Boquerón de padre Abad. El mismo pueblo es silencioso por las tardes y siempre húmedo, donde sientes el rocío caer suavemente como una película mágica, más allá el restaurante Ovni que antaño siempre yo escrutaba desolado y a unos kilómetros más esta la catarata denominada La Ducha del Diablo, porque detrás de la catarata, en las paredes rocosas que tiene, están las tres caras del demonio dibujadas por la naturaleza misma.
       El Velo de la Novia, la catarata más preciosa de la ciudad, es magnánima, cae a un pozo verduzco de agua limpia, el cual sale por entre piedras gigantescas, formando un riachuelo, el cual va a dar al gran río Yuracyacu. Cuántas leyendas se originaron alrededor de esa catarata. 
        El abuelo contaba que ahí habitaban sirenas en las noches y que él las había visto cuando se desempeñaba como cazador. Dicen que su nombre proviene debido a que una novia se suicidó en sus aguas porque su prometido había muerto en la construcción del gran puente Aguaytía. Dicen que el espíritu de la desdichada novia suele deambular por las carreteras.
          Dicen que cuando una mujer se baña en ella, las aguas aumentan la fuerza de su caída, dando a entender su enojo y fastidio, mientras que cuando un varón lo hace, las aguas se calman. 
          Extraño aquellas mañanas escuchando a las avecillas cantar, el sol ingresando por la ventana de mi cuarto; el ruido de los monos que estaban cercanos a la ciudad. Aguaytía entonces era y sigue siendo (espero no cambie jamás) la ciudad donde se podía estar en contacto con la preciosa naturaleza. Extraño oír el ruido de las aguas mansas de los ríos golpeando en las piedrecillas.
       Evoco aquellos días jugando fútbol o fulbito bajo el sol intenso que doraba los suelos; ahora dicen que Aguaytía tiene un estadio de fútbol más moderno; dicen que la glorieta donde yo jugaba ya no es la  Plaza Mayor, sino que han creado otra. 
         Esa glorieta donde salíamos jugar con los viejos amigos y donde yacía la réplica del Velo de la Novia. 
        Sería extenso hablar de la belleza de esta ciudad, de sus pueblos místicos llenos de cataratas, ríos y panoramas casi de ensueños, siempre acompañados de su bermejo sol que hace ver a dicha ciudad como un sueño muy apasionado. Un sueño que marcó toda mi existencia.
      Es mejor no seguir. Siempre he evitado hablar del pasado, así que mejor cierro esta página, suspiro un poco y escucho al viento y al sueño…escucho que golpean la puerta: es la melancolía que no quiere irse aún y una lágrima del corazón se escapa…
           Sueño con algún día volver a Aguaytía, a esa divina Aguaytía que está plasmada en los libros escritos con tinta imborrable…

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