Juan Gonzalo Rose, la melancolía

         Leí a Juan Gonzalo Rose hace mucho y hoy vuelvo a hablar de él, pues su poesía melancólica atrapa al igual que su poesía revolucionaria incita a luchar por la revolución social. Pese a su filosofía existencialista y a su "marginalidad", Rose se inclina hacia el camino del pueblo y de su democracia, por lo que alterna bastante la poesía romántica con la de protesta social.
       Pero esta vez no hablaré de su poesía...

                   "Yo recuerdo que tú eras como la primavera trizada de las rosas
y como las palabras que los niños musitan 
sonriendo en sus sueños."  

          Solo compartiremos una anécdota narrada por el escritor Miguel Gutierrez y de esta forma enterarnos que con respecto a Gonzalo Rose no solo su poesía estaba envuelta por la nostalgia, sino también su propia vida que se iba consumiendo en constantes crisis de alcoholismo.



"Basta ya de mentiras
que nos tienen con los huesos hinchados.
Basta ya de verdades
que nos tienen colgados de los suelos.
Basta de andarse con el tronco ardiendo
y por fuera sólo haciendo versos".

         "(...) Me dijeron que podía ubicarlo en el Bon Buffet (lamentablemente también desaparecido) que administraba el fraternal Julito Kuoniyoshi los miércoles entre las 4 de la tarde y 7 de la noche. El miércoles siguiente, un poco después de las 4, ingresé al bar cubierto de madera y decorado con pinturas, entre las que sobresalían unos cuadros de Humareda. Y, en efecto, solo en una mesa, con una botella chica de cerveza, se hallaba Juan Gonzalo. Lo saludé, tomé asiento a su lado y pedí también una cerveza para mí. No sabía cómo empezar la conversación (lo del Seminario era un motivo banal). Me gusta respetar el silencio ajeno porque yo mismo lo practico de una manera que puede resultar irritante. Pero fue Juan Gonzalo quien me brindó una apertura. "Supe que estuviste trabajando en China"; me dijo. "¿Sabes - le respondí- que la primera canción que escuché el primer día de mi llegada a Pekín fue "Tu voz" en la interpretación de Lucha Reyes?"; Juan Gonzalo sonrió y bebió un sorbo de su vaso. Miré el reloj: eran las 5 y Juan Gonzalo pidió a Julito su segunda media botella. ¿De qué hablar? Me dije que muchas veces por pudor, por discreción o por inasibles coerciones espirituales uno no aborda el único tema que acaso interesa a un interlocutor de la calidad de un poeta. Comprobé que el aspecto de Rose había mejorado notablemente desde que lo viera en el Tívoli después de diez o doce años, y ahora pensé que los narradores del 50 no habían escrito una buena novela sobre el infierno del alcoholismo. Le pregunté si había leído Bajo el volcán de Malcom Lowry. Me dijo que no, pero que tenía buenas referencias de ella. Yo también había pedido mi segunda chica de cerveza. Sí, le dije, es el mundo visto y sentido desde la conciencia desgarrada y alucinatoria de un alcohólico sin redención posible. He leído -dijo- que Dylan Thomas murió de delirium tremens después de beberse 18 vasos seguidos de whisky. Cuando minutos después me preguntó si yo había pasado por la experiencia del alcoholismo (no hablo de borracheras, aclaró), supe que por fin habíamos hallado un tema fraterno y humano para el diálogo. Creo que en dos oportunidades estuve al borde del alcoholismo. Quiso saber cuántos días había bebido, el tipo de trago y los síntomas y efectos. Procuré ser preciso y veraz. Sí, dijo, así se empieza. (...) No, las drogas no habían sido lo suyo -me reveló- y en seguida, sereno, sin dramatismo, evocó su experiencia de alcohólico. No contaré aquí lo que me confió. En una chingana del Rímac, el dueño -un chino- a las 5 en punto de la mañana abría un ventanucho y desde allí extendía un vaso de cañazo a la enorme fila de alcohólicos que empezaban a aguardar desde las 4 de la madrugada, y generalmente el mismo chino tenía que darles con sus propias manos el primer vaso. A menudo, me dijo Juan Gonzalo, yo estuve entre esa larga fila de alcohólicos anónimos esperando con ansiedad a que el buen chino abriera la ventana. Y algunas veces cuando el temblor de mis manos era demasiado intenso, el chinito tenía que darme de beber en la boca. Después, riendo, dijo: Esta conversación me ha dado sed, pero ya estoy en mi límite y si pido la quinta todo puede suceder. Pero eran las 7 de la noche y Julito se acercó a decirle que ya lo estaba esperando el taxi que lo llevaría a casa. ¿Te gustaría leer Bajo el volcán?, pregunté, mientras con Julito lo acompañábamos a que se embarcara. Me respondió que sí y junto a la ventanilla del auto le prometí dejarle el libro aquí, en el Bon Buffet.
        En mi casa, maldije la hora en que ofrecí la novela de Lowry; pero tenía a la mano Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, del mismo autor, de modo que al día siguiente pasé por donde Julito a dejarle por lo menos este libro. No sé si lo leería. Un año y medio después -poco más o menos- murió Juan Gonzalo Rose y la noticia de su muerte fue recibida con resignación por los amigos que más lo amaban, pues aunque curado del alcoholismo vivía en una soledad espantosa. Me pareció repudiable que sus familiares aceptasen velarlo en el Instituto Nacional de Cultura donde directores y burócratas de inferior rango espiritual, obtusos de imaginación y sin calidad humana, lo habían humillado tantas veces. Con todo, cerca de la medianoche con mi mujer y mis hijos fuimos a rendirle homenaje. Fue cuestión de minutos, el ataúd estaba cerrado. Mientras regresaba con los míos a casa me dije que quizá no fue una buena idea darle a leer aquella novela a este poeta tierno y bondadoso que desde hacía cuántos años quizá tuviera como interlocutora permanente a esta hija de perra que es la muerte".


Miguel Gutierrez, La generación del 50: un mundo dividido



       



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