El último disparo: Arguedas y su obra

 Escrito por: J. Miguel Vargas Rosas

    Hasta ahora muchos se preguntan —sobre todo a inicios de diciembre— ¿Por qué José María haló del gatillo contra su cabeza?, ¿por qué esto no la mató al instante?, ¿hubo miedo?, ¿hubo arrepentimiento? La respuesta más sencilla es: “Fue un depresivo”. Sobre la mesa del mundo quedaba una novela inconclusa en la cual brillaba y brilla aún la sangre de José María. Vargas Llosa exclama en un viejo artículo suyo que la muerte del autor vendría a complementar precisamente aquella novela titulada «El zorro de arriba y el zorro de abajo». En este planteamiento le damos la razón a Vargas Llosa; si bien es cierto que la última novela es una obra poco fluida, que tiene especies de huidas arremetidas por el autor con el fin de no enfrentar la realidad, se ve complementada por el suicidio real. Arguedas, en esta última novela muestra con claridad cómo ve, desde su mundo subjetivo, el mundo, el Perú ya no andino, ya no incaico y lo tiñe de oscuridad y de nostalgia que parecen insuperables, porque oscuro estaba su interior.

            Perdura en la última novela, la ansiedad, las ganas de escapar de una visión derrotista, y ese mundo brotado de la subjetividad de Arguedas, está teñido de una nostalgia profunda. Si bien es cierto que, ya veíamos panoramas similares en novelas anteriores, ninguna —incluyendo El Sexto— supera la oscuridad que tiñe el relato de la última novela. En esta, gobierna la subjetividad del autor; en las otras hay una tragedia preponderante que habita en la objetividad o la realidad social. Con esto, también desmentimos lo planteado por Vargas Llosa cuando en el mismo artículo clama que todo novelista escribe siempre solo fantasías y Arguedas no es la excepción. Si bien es cierto que los narradores utilizan la ficción o fantasía, incluso al narrar hechos suscitados en la realidad, no implica que toda la historia de una novela X y menos aún todas las obras narrativas, muestren solo fantasías o subjetividades. Arguedas en la mayoría de sus novelas tiende a contar, matizando la prosa con la poesía, hechos reales del indígena peruano y en otras, es cierto, romantiza el mundo. Algo contrario, pero similar, podemos encontrar en la particularidad de Kafka, quien utiliza la fantasía al extremo para poner sobre la mesa temas muy reales.

        Entonces, tenemos a un Arguedas sumergido en la depresión. Ya no puede escribir, tampoco hilvanar sus ideas de forma fluida. Escapa en “El zorro de arriba y el zorro de abajo” de la realidad, insertando aquellas últimas cartas donde conserva aún cierta jocosidad. Desde ahí se puede apreciar que cuando haló del gatillo, todo estaba planificado con anticipación y no fue un acto impulsivo; esa depresión iba —cual cáncer incurable— derrumbándolo de a poco. Sumergido en la insana incomprensión, con la esperanza aporreada por los golpes de la vida que no eran sino golpes del sistema que él consideraba excluyente para la mayoría social, aunado al trauma de su infancia, no puede huir porque ya no puede escribir; siente que su labor ha terminado y con ello, para un hombre infatigable, que buscaba constantemente trabajar —ya sea para huir de la depresión o por el carácter laborioso que tenía—, se terminaba la vida. Así, se cumplía lo que José Carlos Mariátegui planteara al referirse sobre el joven escritor Raymon Radiguet: hay quienes viven solo para hacer su obra y después de esto, no les queda más nada que la muerte.

            Es difícil entender por qué Arguedas haló del gatillo, cómo es que se atrevió a escribir cartas tan sencillas, pero cargadas de tristeza sin levantar sospechas entre los suyos. Es difícil explicarse cómo llega un novelista, antropólogo y catedrático, a la universidad que dice amar, desenfundar una pistola y apuntarse a la cabeza, intentando acabar con el sufrimiento psicológico que intentaba fulminarlo en vida. Sin embargo, queda “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, la cual no solo es una obra literaria sino también el testimonio, si nos atrevemos a leerlo entre líneas y aplicamos el psicoanálisis, de un ser hundido en la depresión a punto de darle fin a la existencia. Queda la última novela, aunque sabemos que Arguedas es mucho más que eso y es mucho más que el último fogonazo de la bala suicida; es también el grito del hombre del campo, es el soñador que añoraba una sociedad donde las culturas se fundieran sin dañarse mutuamente y que la comuna incaica tornara a la tierra. Arguedas era mucho más que el cuerpo inerte que tuvieron que velar amigos y admiradores.

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