Un muerto en la pedrera

 Escrito por J. Miguel Vargas Rosas      

          — No lo muevas…

Pero, papá tenía que hacerlo; debía sujetar con ambas manos el brazo endurecido del cuerpo inerte y hacerlo girar. Estaba en la pedrera. Cuánto frío han de sentir las almas al quedar en la pedrera, tiznando de sangre los pétreos objetos. Los rayos solares acariciaban parte de la cabellera encostrada. 

— No, papá… —volviste a gimotear tú. Sin embargo, papá tenía que hacerlo y lo hizo, sacando fuerzas de flaqueza. Al ver el rostro de aquel cuerpo, supo quién era, pues lo reconoció pese a los ojos profundamente cerrados y el semblante pálido. 

— ¿Es él, papá? —interrogaste, aunque el viejo ya no te hizo caso. Lloró, sujetando en su regazo el cuerpo marchito y muerto. 

No te hizo caso por dos razones: Porque el cuerpo no pertenecía a un “él”; el cuerpo era el tuyo, porque no me buscaban a mí como tú creías, sino que te buscábamos a ti entre ese cúmulo de muertos; y la otra razón era, que no podía dejar de llorar mientras el alma se le destruía por completo. 



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