Manuel Scorza y el legado de La guerra silenciosa

 Escribe: J. Miguel Vargas Rosas

«Yo nací en Lima, en la Maternidad, ese hospital para la gente en donde actualmente las madres parturientas se hacinan hasta el horror. Está ubicada, me acuerdo bien, en la cuadra catorce del jirón Miró Quesada»; relata el propio Manuel Scorza en una entrevista que le hicieran Gregorio Martínez y Roland Forgues; testimonio que finalmente es añadido en 1986 a una colección de poemas del escritor peruano. 

Efectivamente, Scorza nace el 9 de setiembre de 1928 en Lima. De padre obrero, pronto se interesa en la vida política del país, que lo lleva a militar en el APRA con el cual, años después, rompe públicamente a través de un texto epistolar titulado: «Good bye, míster Haya», a quien tilda de entreguista. Asumiendo el marxismo como pensamiento político, Scorza empieza también su vida literaria que lo consagraría como uno de los mayores narradores de la generación del 50. Aunque encasillado en el nombre neoindigenista, se ciñe sobre él un manto de indiferencia por parte de la crítica y los cánones. 

Si hay algo que se destaca más de Scorza, es su poesía romántica que rayana con la tristeza y un ambiente lóbrego.  «Como a todas las muchachas del mundo, / también a Ella, / inventáronla/ con sus sueños, / los hombres que la amaban. / Y yo la amaba»; las figuras delineadas en dichos versos, sumergen a todo lector a una languidez tierna. «Voy a la casa donde no viviremos / a mirar los muros que no se levantarán. / Paseo las estancias / y abro las ventanas para que entre el Tiempo de Ayer envejecido. / ¡Si vieras! / Entre las buganvillas / cansadamente juegan / los hijos que jamás tendremos»; y aquella melancolía se desborda, empapa el espíritu del lector, y vuelve endeble la fortaleza del enamorado. 

No obstante, Scorza es mucho más que aquella tristeza en temas de amor; representa la indignación y el coraje de una patria herida, de una América sumida en la opresión, sumándose a las voces de sus coetáneos que anhelaban una nueva alborada —hablando todavía de su poesía—. «América, / a mí también debes oírme. / Yo soy el estudiante pobre / que tiene un solo traje y muchas penas. / Yo soy el provinciano / que no encuentra la puerta en las pensiones», y precisamente aquellos versos llenos de furia combativa, además de impotencia social, hallan un complemento en la narrativa, más precisamente en el ciclo de novelas denominado “La guerra silenciosa”

Creador de los populibros, enarbolando el objetivo de llevar la literatura a las capas populares con el fin de educarlas, se informó sobre los últimos acontecimientos de una guerra que se desataba en los andes, y que los medios de comunicación decidieron soslayar porque implicaba develar los atropellos inmisericordes de la poderosa Cerro de Pasco Corporation y de los terratenientes en Cerro de Pasco, hasta donde llegó para solidarizarse con los campesinos y por lo cual fue encarcelado. 

La guerra silenciosa abarca las siguientes novelas: Redoble por Rancas (1970), La historia de Garabombo el invisible (1972), El jinete insomne (1977), El cantar de Agapito Robles (1977) y La tumba del relámpago (1979). Cada novela posee el manejo diestro de las técnicas literarias más recientes de su época, cargadas de un real maravilloso que, parafraseando a Carpentier, podríamos señalar como el relato de sucesos que resultan increíbles y fantasiosos en o para el extranjero —en el caso del Perú, aún segmentado, en o para lugares fuera de la cultura andina— pero que resultan muy reales —creíbles, en su defecto— en nuestra cultura ancestral. 

Entonces, las novelas de Scorza están alimentadas de las técnicas modernas y también de figuras estéticas clásicas combinadas en un muy buen equilibrio, ya que su narrativa está llena de una poética metafórica honda. «Héctor Chácón, el que puede distinguir una mosca en la oscuridad» o «Garabombo, el invisible»; son epítetos que realiza en honor u homenaje a los clásicos de la literatura. De esta manera, el campesino de los andes ya no es el campesino o indio pasivo que sufre de forma monótona la explotación del terrateniente en la narrativa de Arguedas, sino un ser dinámico nutrido de mitos e idiosincrasia ancestral, que lucha por lo que cree que es justo y descrito externamente, por la pluma del autor, con matices de la literatura grecolatina. 

No obstante, la originalidad de Scorza llega a su cúspide —puedo asegurarlo sin miedo a equivocarme— con La tumba del relámpago (1979), donde a través de descripciones detalladas (minimalistas) nos conduce a una imagen cinematográfica ornamentada de poesía incaica, en la cual concierta el humor con la nostalgia, y a diferencia del indigenismo Arguediano,  explora a profundidad la mitología que supervive en la idiosincrasia del pueblo andino, sobresaliendo el mito del Inkarri; la escarba a profundidad, reluciendo la magia propia o autóctona ante los lectores, aunque más que mostrarla, hace de ella un constructo dentro del mundo de los personajes y de este modo bifurca el mundo andino en dos: lo mitológico y la realidad social, dentro de las cuales analiza la psiques de los personajes quienes a su vez son agentes reales en un proceso político convulso como lo fueron los años 70’s. 

Esta característica —la división de dos mundos que confluyen en uno—, intensificada en La tumba del relámpago, ubica la novela de Scorza dentro de la sociología, pues nos muestra la secularización de la sociedad peruana y la diferencia abismal, subyacente entre el campo y la ciudad. Por otro lado, explora antropológicamente sobre las creencias, costumbres e idiosincrasia en general de las comunidades campesinas, las cuales hacen de estas un mundo en donde establecen, de manera implícita, sus propias normas de convivencia —vale señalar, en armonía con la naturaleza—. El propio autor señalaría al respecto en una entrevista: 

«Sucede que yo he renovado la novela política indigenista incorporándole una intensa condición poética y onírica [...] Mis novelas, pues, tienen dos niveles: un nivel histórico y un nivel onírico. El nivel histórico muestra la realidad tal como es y, salvo excepciones, la recoge a través de personajes que figuran con sus nombres verdaderos en los libros. En tal sentido son testimonios. Pero, al mismo tiempo son máquinas de soñar, porque para mostrar mejor la realidad yo la sueño». (Lennard, 2007)

Sobre la base de aquella bisección, podemos distinguir el mundo objetivo donde suceden los constantes fenómenos de las culturas andinas, subordinadas al poder occidental, y la subjetividad, sueños y/o anhelos que estas poseen, los cuales pueden ser sintetizadas en un solo objetivo: la reconquista del mundo andino como una sociedad comunitaria. De esta manera, Scorza va a convertirse en una de las voces de su tiempo, pues plantea el desarrollo y el cambio de rumbo de la problemática campesina. «La tumba del relámpago no busca quedarse en una crónica de acontecimientos y concluir el ciclo novelesco, sino que expresa, a través de la recreación de sus recuerdos, una propuesta basada en una realidad concreta: el cambio en la visión de la problemática campesina». (J. Rojas. Imagen de un escritor comprometido: recursos de la autoficción en La tumba del relámpago de Manuel Scorza. Revista Letras Vol. 90. p. 254. 2019). Asimismo, con el acercamiento a la realidad concreta a través de la investigación y el compromiso social con los campesinos, Scorza esboza los primeros lineamientos literarios o artísticos para lo que Mariátegui señalara como literatura indígena, mas no indigenista —Salvo por el lenguaje retórico españolizado y las referencias a la cultura grecolatina, la realidad con que se aproxima al espíritu indígena, hace que Scorza sea más objetivo que los anteriores indigenistas cuando aplica la etopeya en los personajes—. De esto se desprende que, el campesino de Scorza, a diferencia del bosquejado por el gran Arguedas, es un hombre completo y no solo trágico o monótono sumido en la dominación latifundista, porque tiene momentos de jovialidad y alegría; por lo tanto, oscila constantemente entre la tragedia y los chascarrillos. Entonces, el campesino o indígena de López Albújar —el cual, como lo dijera Mariátegui, dx descrito como un salvaje o primitivo— es muy remoto al campesino real y humano de Scorza, ya que este campesino solo utiliza la violencia para luchar contra la injusticia, pero por lo demás, tiende a ser hospitalario y humano. 

De esta manera, la novela es un tejido complejo y amplio, tal como es hasta hoy la sociedad peruana, llena de contradicciones sociales que aún no pudieron ser resueltas. En dicha obra, Scorza da a conocer, desde su visión alimentada de marxismo, la necesidad de la unión de la clase obrera en la lucha de los campesinos; política que se verá reflejada en el personaje y el pensamiento de Genaro Ledesma —Aquí se establece una ligera diferencia con la novela Tungsteno de César Vallejo, pues este sueña con un futuro insurgente sistematizado, mientras Scorza expone el presente, soltando ideas de acuerdo a su posición política— y pese a que estructura la obra con un amasijo de ornamentos mágicos y de aspectos maravillosos, el autor sabe conservar intactos cada uno de los hilos con los que borda el relato: la realidad, de un lado y la fantasía, del otro. Lados que se mantienen “juntos, pero no revueltos”, pues a través del análisis crudo de la realidad peruana, describe la división y la lucha de clases sociales en el Perú de los 70’s que ha evolucionado, conforme a las leyes del materialismo histórico, a una nueva etapa y por lo tanto no ha quedado anquilosada en la realidad expuesta por la literatura de Arguedas. Así pues, sobre la base del indigenismo arguediano, construye un realismo objetivo en todas las novelas de La guerra silenciosa, ciñéndose al método científico, porque Scorza no sueña con el futuro, no romantiza los procesos sociales, tal como se aprecia en “Todas las sangres”, sino más bien coloca la realidad sobre la mesa cual si se tratara de un platillo sin aderezos. Los campesinos son derrotados; pese a ello no dejan de anhelar un nuevo mundo, o el renacimiento de las comunas incaicas; los campesinos o indios, si se quiere utilizar aún esa terminología, no son los sumisos de antaño —aunque sabemos bien que el campesino de Ciro Alegría tiene el coraje de utilizar la violencia para emanciparse, en Scorza hay un lazo entre una parte o pequeña parte de la urbe que aspira a la revolución y el campesinado que busca desesperadamente transformar la crisis que afronta, por lo que tendremos a comuneros más organizados—; por el contrario, en la desesperación y hartos de explotación, buscan la reivindicación social a través de la violencia porque han comprendido que las autoridades no están a lado de ellos ni muchos menos de la justicia, para lo cual —buscando no perder la literariedad— utiliza la metáfora de los ponchos coloridos de los andes, así como las figuras poéticas propias de la colectividad andina; las técnicas del paralelismo y flashback; mete mano del realismo mágico y atraviesa por lo real maravilloso —que constituye una realidad en el relato, una realidad que se desenrolla junto a la realidad objetiva y expone a la vez el lado onírico no solo de la voz narradora, sino también la de los campesinos—, condimentando todo con suspenso y acción relampagueante e ingresa a la psicología de los personajes, personajes que a su vez, como ya lo señalamos anteriormente, son reales e históricos: Héctor Chacón, Agapito Robles, Genaro Ledesma, entre otros. 

Finalmente, podemos aseverar que la obra de Scorza constituye un enorme ejemplo de lo poderosa y/o peligrosa que puede llegar a ser la literatura, pues el gobierno de Velasco Alvarado, informado gracias a Redoble por Rancas, liberó a Chacón (Nictálope) de la prisión y Sendero Luminoso, basándose en la misma novela, sentenció a pena de muerte a la mujer del hacendado Montenegro. Muy a diferencia de lo que planteara Vargas Llosa —quien en “El pez en el agua”, lanzaría acusaciones contra un Scorza ya muerto— la obra de Scorza demuestra que la literatura es una ficción a través de la cual se narran verdades. «Un libro es más peligroso que una bomba, porque con una bomba puedes hacer volar en mil pedazos a un hombre, pero con un libro, puedes despertar a miles de hombres en búsqueda de la libertad»; resumiría el colombiano José María Vargas Vila. 



Comentarios

Más populares

La última estocada....

Los cuentos embrujados y norteamericanizados de Roncagliolo