Entre poemas: sobre los dos premios de la última bienal Copé 2021

Escribe: J. Miguel Vargas Rosas


    Hablar de poesía resulta complejo e intenso, por la desproporcionalidad de postulados y conceptos vertidos sobre el género lírico. Más complejo aún resulta hablar de la poesía de hoy. Pero aquí haremos un intento somero de comentar sobre los dos primeros puestos en la última bienal de poesía “Copé”, realizado en el 2021. Sin negar nunca, tal como dijera Mariátegui, nuestra parcialidad que no tiene nada que ver con el “compadrazgo” de la crítica actual. Aristóteles, en su famosa Poética, manifiesta que la poesía es creada a partir de las “improvisaciones” de “una serie de mejoramientos graduales” de la imitación.  Y puntualiza algo muy característico en nosotros, los que vemos en la poesía la expresión —directa o indirecta, explícita o implícita— del alma del poeta: «(…) aunque los objetos mismos resulten penosos de ver nos deleitamos en contemplar en el arte las representaciones más realistas de ellos, las formas, por ejemplo, de los animales más repulsivos y los cuerpos muertos». (p. 7).  

    “Ciertas formas del fuego” (Petroperú, 2022) de Daniel Arenas se hizo con el Premio Copé de oro, y sobre el mismo, los jurados que lo eligieron ganador, resaltan lo siguiente: “(…)la fluidez de los versos que expresan la tradición cotidiana del Perú y su vínculo con el canon occidental desde la antigua Grecia hasta los aportes contemporáneos franceses y alemanes». Tenemos un poemario que intenta representar la cotidianidad peruana, vinculándolo (a decir del jurado calificador) con la cultura occidental, mas para nuestra modesta opinión, tiende a perderse en un espíritu lejano de la cotidianidad “peruana” —es decir, no siente ni vive la cotidianidad social como para afirmar contundente que se trata de la “cotidianidad peruana”, sino más bien es una voz individualista— porque su conciencia es un constructo netamente académico y posiblemente bien alimentado de la cultura occidental más que del “Perú” neto, y ve la realidad social del Perú a partir de obras noveladas del occidente.  No negamos para nada la estética forjada y trabajada con dedicación por el poeta, pero esta aparece desprovista de la pasión, expresada por otros poetas. 

    Los jurados prosiguen: «(…) es una voz que consigue renombrar al amor en los nuevos objetos efectivos. Se toma el riesgo de usar nombres propios para conseguir ese efecto. Eso acerca la imagen, emoción, a un juego verbal en un diálogo diacrónico con la poesía peruana, y logra esto gracias a silencios y espacios importantes»; precisamente lo señalado por nosotros: conocedor vasto de las técnicas poéticas, el autor le da bastante importancia a la construcción de la estética a través de las palabras, y crea un clímax (en la mayoría del libro) tierno, dulce, incluso cuando habla del dolor ajeno. No obstante, hablar de un “diálogo diacrónico con la poesía peruana” resulta una afirmación muy osada. En otras palabras, «esa búsqueda del clímax tiene que ver con un profundo conocimiento fonético». 

    Asimismo, el autor utiliza bastante la rima asonante en la mayoría de sus poemas, mientras que la rima consonante es mínima, además de presentar imágenes cándidas y sublimes acompañadas de metáforas que a veces nos conducen a la poesía surrealista. 

     Hay en la mayoría de sus poemas una nostalgia tierna, sutil, al abordar temas muy íntimos, aunque por momentos trata de salir de este intimismo, como cuando habla de los niños pobres. Por ejemplo, en la composición titulada “Para Gavroche” —personaje de la novela de Víctor Hugo—, habla de la realidad deplorable de los niños, pero siempre como un espectador de ventana que se compadece y exige un despertar de las conciencias —esta exigencia sujeta a los convencionalismos “cristianos”—. «Y la conciencia, urgida de mundo/ y de no seguir durmiendo, / golpeaba mis sentidos y sus puertas». En esta, turna la voz poética y la voz del personaje al que hace referencia, intercalando metáforas con imágenes moderadamente realistas. «Mi hermano y yo soñamos/ a pesar del ruido/ de las ratas, / oh, señor». E insistimos que estos temas son tratados desde el apartamiento; la voz poética no se funde con el dolor del pobre que lo padece o de la mayoría social que lo enfrenta estoicamente; mejor dicho, son tratados con la voz poética alejada del dolor, lo cual convierte al poema en una construcción superficial que conlleva a añorar, erróneamente, una sociedad pasada como la mejor, y esto quedará demostrado en otro poema suyo, donde se decanta por los inicios del capitalismo, y para ello utiliza a otro personaje de Víctor Hugo (Fantine). «(..)de qué habrá estado hecha mi vida si ni soñar he podido, música de ojos, de manos, de pelos, de rubor, cuando se cruza tu mirada y la mía en el agua, he de volver, sentada una mañana triste, a la noche secreta donde guardo tu voz, música que alivia todas las penas del cuerpo, para estar de pie qué basta, qué se necesita, he de volver, qué es eso que no tuve». Es pues una voz pequeñoburguesa que sabe construir imágenes y musicalidad, cargada de postulados romanticistas. 

    Dado que la característica destacable del poemario recae principalmente en la estética, tal como lo dan a entender los jurados que lo galardonaron, no ha podido huir de influencias claras de poetas anteriores a él, tal como es el estilo de Juan Gonzalo Rose, a quien vemos reflejado portentosamente en las siguientes líneas de “Para Laura”: «Tú te mereces toda la frescura/ del suelo en una tarde de verano/ y el sol y el mar y toda venganza que añore tu pecho (…)» o a Oquendo de Amat en “Viendo a R. aprender a caminar, en una pausa del trabajo”. Por lo demás, sus poemas de amor tienden a encandilar, y elabora muy bien las imágenes poéticas sobre este sentimiento universal. «(…) qué habríamos de hacer con el Amor, animal de tiernos/ colmillos». Y este tema es la médula espinal del libro. 

    «Como en el cuento de Petronio, todo sucede para ti y no te das/ cuenta. Las flores silban tersamente sus colores, alejando a las/ bestias, pero en la sombra fría un ave taciturna alista el sonido/ rosado de la mañana. Ese sonido soy yo». (p. 26)

    Por otro lado, tenemos al libro «Buey manso o doce cantos para disuadir al matarife» de César Olivares, laureado con el Copé de plata (2021), el cual al inicio despide un tono místico y oscuro, dejando entrever sentimientos desbordantes que atrapan al lector en el título “Canto I”. «Y mi hija enfermó del abdomen/ Tal vez porque mi esposa/ le hurtó los pechos nutricios/ a la hora silente de los pájaros». Y también posee una estética elaborada, aunque una estética muy diferente al anterior: una estética gótica, oscura, o escabrosa de métrica libre. Desfilan por ella, algo del espíritu andino, pero de ese lado andino centrado en sus rituales. 

    «Eran quipus sus intestinos revoltijo su vientre/ Reveladores tocapus los ganglios aferrados a su estómago»; pese a que el poema parece abordar un tema íntimo —la enfermedad de una hija— este intimismo es transformado en un elemento social. La hija o el dolor de esta es convertido en el dolor generalizado de una comunidad, de un grupo social. «Necesario ordenar su digestión del mundo a partir del alfabeto/ Ante mis ojos desfilaron rituales diagnósticos facturas y fracturas»; y habla también de la necesidad de una transformación social. «Había que desanudar los intestinos fundacionales/ Había que descifrar el mensaje telúrico de su raza»; pues la voz poética toma posición en un conflicto que, para ella, viene desde miles de años. «Y me condenaron al sonido gutural de los vencidos», aunque claramente se enfoca en la cuestión racial, pero renunciando ya a las viejas deidades —estas obtienen un concepto más amplio y complejo— que no garantizan la “salvación” de la sociedad. «Mi esposa y yo huimos del templo con nuestra hija en brazos/ Ni intis wiracochas killas pariacacas señalaron el camino». 

    Más adelante, a través de la ironía, en una similitud con la poesía de Brecht, Olivares se distancia de este para tomar el rumbo del pesimismo, semejante a los naturalistas que pierden toda esperanza. Tal como dijera el jurado calificador que decidió otorgarle el segundo puesto en la bienal 2021, el poemario «Fotografía la pobreza y el desastre de ir muriendo entre la máquina económica del país», y efectivamente, llegado a ese extremo en el que la voz poética observa que el poder del sistema devora todo, arrasa con todo, no halla una salida a esta catástrofe del capital, como tampoco le ilumina luz alguna. Y ocurre lo que expresa en el poema titulado “(Quinta disminuida)”: 

    En la azotea de mi casa

    la luna permanece con las piernas abiertas

    atada al tendedero. 

    Recrea una imagen desgarradora, en la que denuncia los ultrajes (sexuales) contra las mujeres y también la cosificación de las mismas en una sociedad golpeada por el patriarcalismo. Luego, prosigue: 

    Sin embargo, llueve 

    y en el cielo de esta canción 

    la misma luna es un pucho agonizante

    sobre papel mojado. 

    (p. 23)

    Como se puede analizar, el verbo conjugado de “llover” representa el acto de llorar; mejor dicho, a la tristeza desbordante que se apodera de la voz poética al presenciar los hechos salvajes narrados anteriormente, y ya que la luna está simbolizando a la mujer ultrajada o cosificada, esta para el “yo poético” se torna también en una sin-esperanza, sea por su “debilidad” o porque nadie la oye. O simplemente, la mujer, dentro del sistema, pierde toda esperanza. 

    Pero, es en el Canto IV donde se aprecian las tres voces o pensamientos que expresa Olivares. Se asoma al realismo a través de la simbología poética. «(…)admirando el vaivén de los borrachos y sus elegías de bolsillo»; luego denuncia y se muestra irónico. «(…)mi pierna quebrada bajo el auto del padrino y la invitación del vecino para sentarme entre sus piernas» y «Oh, barrio mío, mi rioba, de gente loca y honesta, de vecinos pujantes, pero también de educados ladrones que saludan mientras hunden el estoque en la nuca del bovino». Finalmente, se asoma al pesimismo, aunque la idea de los siguientes versos sea ambigua: «Chozas de pobres/ sobre huesos de otros pobres»; versos que pueden interpretarse como un bucle donde la pobreza y la injusticia se repite, y/o también como un círculo vicioso creado por el sistema para que unos pobres pisen a otros con el fin de “surgir”. En ese mismo poema se asoma a la violencia de los años 80. 

    El conglomerado de poemas de «Buey manso o doce cantos para disuadir al matarife» se constituye en una denuncia social que se va transformando en una más fuerte, radical y clara, conforme se avance en su lectura, señalando al sistema capitalista como el culpable de todas las penurias que los hombres padecen. Todo esto, sin descuidar la estética —que es lo prioritario para muchos dogmáticos del canon literario— porque aparte de las figuras poéticas construidas utiliza la rima consonante y asonante, así como el hipérbaton, entremezclando la dicción popular urbana con la andina, encontrando en esta última, elementos con las cuales enriquecer su estética y su contenido. También tiene la habilidad de optar por la ternura sutil cuando filosofa sobre asuntos existenciales y transforma sus poemas en pequeñas elegías. «Abuelo Julio/ Ahora que habitas el tiempo circular de lo imperecedero/ duele inventar tu ausencia/ y ensayar un discurso que ubique a la altura de tu silencio» o en «Cuánta tristeza sentí al saber/ que después de tu muerte me buscaste de muchas formas/ Cuando la puerta estaba abierta me observabas desde afuera/ y si la cerraba respirabas desde adentro».  

    Finalmente, sería injusto si dejamos de señalar que Olivares vagamente invita a persistir, pues anota formas de no morir, o de ir cobrando justicia dentro del sistema actual para no dejar morir. «(…) respirar la vida para exhumar la muerte/ abrir con prontitud las fosas/ comunes de los desaparecidos/ y no olvidar/ nunca olvidar/ La muerte se torna en rigidez/ pero no tiene autoridad para cerrar tus ojos». 

    T.S. Eliot manifiesta que la poesía tiene de por sí ya una determinada función social, sea esta la de defender reformas o el estado actual de cosas, la de filosofar, etc.; sin embargo, anota también lo siguiente: «pero la verdadera poesía sobrevive no sólo a los cambios de opinión popular sino a la extinción completa del interés en los temas que preocupaban apasionadamente al poeta. El poema de Lucrecio sigue siendo un gran poema por más que sus nociones de física y astronomía estén obsoletas»; mas, Eliot obvia en esta afirmación que la poesía de ciertos autores perduran no exclusivamente por su estética (o por darnos “placer”), sino también porque en cierta forma han sabido sintetizar el pensamiento preponderante de esa época o se constituyeron en voz de su tiempo. Y para reforzar nuestro aporte, el propio Eliot enfatiza lo siguiente: «Se aceptará, supongo, que todo buen poeta, sea un gran poeta o no, tiene algo que darnos además de placer: porque si sólo fuera placer, ese placer en sí no podría ser de la especie más alta». Así, Eliot insiste en que la poesía es más que únicamente estética (o placer) y que todo hombre como tal tiene algo que decir, sino no sería hombre y menos poeta. 

    Basándonos en estos principios, podríamos decir que tenemos dos poemarios que poseen estas características: aparte del esmero concentrado en la elaboración de una estética (o de transmisión de placer) han luchado por transmitir “algo”.  



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