Enjaulado

  Escrito por: J. Miguel Vargas Rosas


    
    Palabras lloviendo sobre la mesa; empapan el suelo, derriten las paredes, debilitan los techos. Palabras, solo palabras. Encienden la fogata de la gélida habitación. En ese insólito rincón del mundo, solo palabras agobiantes agolpándose abruptamente en la memoria. Guillén observa su imagen en el espejo, sentado detrás del tocador, sobre una silla de madera barnizada; extrae un cigarrillo del bolsillo de la camisa, se lo lleva a los labios. La otra mano, por inercia, coge el encendedor que yace sobre el tocador, con el cual enciende el cigarrillo. La vida ha sido un viaje; uno simple y sencillo… No, no, no… Ha sido un viaje dentro de una jaula, aplastado como un vil insecto… El tabaco le provoca un amargor en la lengua adormecida… Los de afuera con su silencio conformista le rompen la clavícula cada día… Ese silencio mata, adormece, aburre. Llegado a esta parte de la vida, ¿tiene sentido continuar con el viacrucis? Diana muerta, la gente prejuzgándolo sin ni siquiera hablarle o hacer el intento de acercársele. La sociedad excluyéndolo por ser tan… tan… distinto… y… la enfermedad… Deja caer el cigarro que prende un hilo de fuego desde la silla hasta la pared; las llamas se propalan con más rapidez a través de las cortinas. La vida se había tornado en una nota musical débil y distorsionada que siempre sonaba en el vacío. Los “amantes de la vida”, los que ven todo “color de rosa” seguro le reprocharían tales pensamientos oscuros y escabrosos, pero por ellos mismos el mundo estaba jodido y la vida lloraba sangre, pues unos estaban condenados a la inmundicia, mientras la muerte triunfaba y gritaba desde su corcel oscuro… ¡Qué van a saber esos “amantes de la vida” si asesinan las demás vidas para que ellos tengan vida!, ¡enfermos!, ¡prefieren no ver nada!... El fuego, crepitante, envuelve la habitación. Guillén se levanta, arrastra los pies hacia la cama, se tira sobre esta, mira el techo, levanta la botella de vodka, la hace reposar sobre su pecho henchido y, sin borrar la risa aviesa de su rostro demacrado, espera que todo se consuma. Entiende que todos sus pensamientos posiblemente sean producto del exceso de fármacos consumidos en menos de dos horas. Evoca también el movimiento liviano de Diana en la pista de baile al son de Can't Help Falling In Love interpretado por Elvis Presley que suena ahora en la radio y parece ir disolviéndose lentamente conforme aumenta la intensidad del fuego. 

        — Felices fiestas, Diana… —susurra— Felices fiestas, amor...


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