Diario 2: Lo no dicho

    Ayer me puse a contemplar un álbum de fotos y muchos recuerdos se agolparon de manera nítida  en mi memoria. El recuerdo que más me impacta es aquel cuando oí a mis abuelos hablar sobre la muerte; sobre sus muertes y el cómo querían descansar después de esta vida. Ambos habían escogido un lado del sepulcro. Yo tenía apenas 07 años de edad; jamás les dije lo que sentía al escucharlos hablar de eso o lo que conmovía el solo pensar en esas posibles muertes. Es más, debido a mi limitada expresión de emociones y sentimientos a través de los movimientos corporales, creo no haberles dicho un "Te amo" o un "Te quiero", pero los amaba como a nada en el mundo. Perdí oportunidades en las que podía abrazarlos con calidez y cortesía, pues puedo entender que un abrazo transmite muchas cosas: protección, amor, respeto, cariño o incluso una traición. Y hoy, me pesa. 

    Siento, al recordar, una especie de nudo en la garganta, algo que fastidia y que proviene desde lo más hondo del alma. La gente normal no entiende las limitaciones que puede tener un ser como nosotros, pero los abuelos sabían entenderlo y comprendían mi parquedad y mis limitaciones. La gente suele juzgar sin entender. Por eso, a veces digo, ojalá los seres comprendieran el amor de una madre o de los abuelos; ese amor que es demostrado a través del sacrificio pese a estar consumidos por el trabajo, ese amor que te demuestra que siempre habrá tiempo para lo que dices amar y a partir del entendimiento de ese amor, los seres también amaran con ese tipo de amor.  

    También entiendo, ahora y el ahora suele ser lo tarde de ciertas reacciones, que lo que no se dice o se expresa en su momento, pesa con el tiempo y pesa tanto como la roca de Sísifo. No obstante, hay una frase que sentencia: "Nunca es tarde para volver a empezar", y es cierto. 






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