Brujas

  Escrito por: J. Miguel Vargas Rosas  

     El cuerpo arde tipo antorcha en medio del bosque. La hoguera donde se carboniza tiene el nombre de Dios, los símbolos de Dios, la noche lúgubre de Dios y ella es una bruja o así le llaman desde hace varias semanas atrás. 

    — ¡Arderán así las pecaminosas!, ¡las que no sigan los designios de Dios! —exclama un fraile, antorcha en mano, recorriendo con la mirada a los presentes que forman media luna y ven consumirse a la «bruja» que hace solo unos minutos dejó de gritar.

    — ¡Muerte a las brujas!

    — ¡Muerte al demonio y sus pecados! 

    La turba enardecida levanta los puños, las hachas, vociferan palabras que ya no alcanzo a percibir. Mi mente, mis ojos, mi olfato, se centran en el cuerpo maniatado en el tronco de madera. Su sonrisa dócil se ha convertido en una mácula tiznada y su piel entera se ha diluido, evaporándose en la magia de sus ojos inexistentes. 

El fraile voltea en su propio lugar. Junto a él se encuentran también un pastor, un reverendo y el alcalde. 

El fraile me clava la mirada. 

    — En nombre de la libertad se hizo —me dice— porque la libertad solo existe si estamos con Dios y respetamos su palabra….

    Su mirada punzante quiere intimidarme y, pese a la mortificación, mantengo la mía clavada en los ojos desmesurados de aquel. La muchedumbre va dispersándose. Me quedo solo, bajo una llovizna tierna que ha empezado a caer desde hace unos segundos. Caigo de rodillas ante el cuerpo carbonizado de «La bruja»: bruja por ser rebelde, por ser impulsiva, por no servir al varón sino querer que ambos se sirvan, por la ciencia que practicaba, porque se rebeló contra las exóticas feministas, por ser primera plana en los periódicos, por odiar al bastardo sistema.

    Y sé que hay muchas formas de quemar vivas a otras brujas, otras brujas que aterrizan en la tierra con una llovizna tan tierna como la que me empapa ahora.   



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