DESENTRAÑANDO A "CABALLO BLANCO" DE ALVEST VALDIVIA

      A estas cosas, es bueno tocarlas con pinzas, así que primero abriré la panza de “Caballo Blanco” y analizaré minuciosamente, pero sin prolongarme demasiado para no caer aburrido ante los lectores. Alvest Valdivia, en “Caballo Blanco”, crea poemas humildes, sencillos y con una melancolía intrínseca, además de llenarse de esperanzas por momentos y asomarse en varias ocasiones a la oscuridad. Valdivia y más aún, “Caballo Blanco”, no intenta ser ni mucho menos, un fantoche. Ya desde los primeros versos trata de romper con la costumbre poética en Huánuco y alzarse con una voz propia.
Si bien es cierto que hay una obsesión por hablar de la muerte, Alvest Valdivia también habla de la realidad social en la que vive, dándole un tono melancólico y llenándose por ratos de esperanzas, pero el dolor parece ser más grande. Su ritmo no decae en la mayoría de los poemas, utilizando siempre versos libres y, por lo tanto, cortos, que en algunos casos si juntáramos todos los versos, semejarían formar un poema de dos o tres versos como máximo.
Caballo Blanco es contestatario, reprocha incluso a Dios y le reclama su compañía, para que no sienta solo, sino que comparta con el poeta, el dolor humano. En la temática hay similitud con Vallejo, pero la forma y el estilo cambian. “Jesús,/ hombre inmortal,/ ven a rodar/ por el borde de mis versículos,/ y verás a los heraldos/ de mi pantalón/ halando el coctel de la nada (…)”; el lector dirá utiliza “los heraldos”, pero aquí los heraldos no son los de la muerte, son solo mensajeros de la vida miserable, que se tocan con la pobreza infinita de unos pantalones vacíos, porque además el hombre ha creado ya su propia historia bíblica.
Toma algo de la poesía futurista, y tal vez ni siquiera la conozca. “El abrazo es una saliva/ húmeda, / es un nervio triste en el mar,/ es un mutismo medroso,/ que acaricia con temor,/ pasos que van reflexionando/ por las ojeras anochecidas,/ envueltas con la polvareda de mi rostro(…)”; Caballo Blanco trata de calar, describiendo la nostalgia gigante en la que suelen sumirse las almas humanas, pero no es solo una tristeza por el simple hecho de tristeza, sino también por una condición social en la que habita el poeta. No es, como señalaría su prologuista, “Un deseo de expresar aquel mundo que al común de los seres humanos no le es perceptible”; el poeta es humano y se entroniza en el sentimiento humano. Su crédito radica en estetizar ese sentimiento humano.
El poeta se identifica muy profundamente con los desposeídos que conoce, sin descuidar la calidad estética ni sugerir o alabar ideologías políticas. “Regiré/ el país de mi cuerpo/ con el espectro de los pobres,/ con el manjar de las flores,/ profanando/ un camposanto deshabitado,/ (…)”. Trata de asomarse a lo humano. Se aproxima a la oscuridad y lo tétrico de Quiroga, cuando torna a hablar de la muerte o  de la indiferencia humana. Mientras que Vallejo hablaba de muertos y cadáveres, dándole un tono masivo, donde la masa y la solidaridad de esta tenía el poder de hacer resucitar a quien quisiera; en Caballo Blanco, se queda con el tema de los muertos o cadáveres, pero se le da un tono más individual, intentando llegar también a lo colectivo o al cambio colectivo. “En el sumidero/ de mis sentidos,/ hay una hembra/ amando mis versos/ y al edificio de mi expresión,/ y en lo recóndito/ de mi gárgola,/ están velando a un desconocido”.
Encuentro en Alvest Valdivia, poeta huanuqueño, indicios de un desprendimiento del común de la poesía en dicha región. En él ya se libran los versos, no están atados del todo a un léxico antiguo que intenta imitar lo clásico; no hay Diosas romanas ni griegas, hay hogares, hay ebrios, hay falos y hay esperanza. En su temática, donde impera sobre todo  la muerte, colocándose así en una poesía existencialista, también habitan lo social y lo amoroso, este último en un tono escabroso.
Gusta y atrapa las imágenes futuristas creadas en varios de sus poemas, tales como: “En la orfandad de mis huesos/ hay un calzado añoso,/ ojeando un poemario/ de donde nacerá/ el firmamento.”; se ve ya en él una rebeldía, comparada con Maykovski cuando refuta a los obreros, aclarándole que la poesía también es un trabajo o Baudelaire cuando este recrimina a Dios, pasándose al bando del demonio, mas Valdivia busca la inmortalidad, propia de los futuristas, sea como fruto del suicidio o de la poesía humana.              Hay en Valdivia una luz para la poesía moderna en provincias, como luz hay en algunos escogidos jóvenes poetas, que ojalá se expanda y se desprenda de tanto “igualitarismo” poético. Sin embargo, Caballo Blanco, aún no está libre del todo, hay influencias de la poesía antaña. El mismo hecho de la repetición de sus versos al inicio de cada estrofa (que, por momentos, al exagerar, hace decaer la calidad), el intento de llevar continuamente términos academicistas para complicar la lectura o la llamada metáfora y la expresión clásica, lo alejan de algo propio. 
           Hay un problema que he venido criticando a sus coetáneos poetas, y es el de trabajar bien los cierres de poemas. Valdivia tiene poemas muy bien logrados, pero en unos cuantos, el cierre pudo haber sido mejor. 
Hay superación y eso es lo que llena de felicidad. Hay luz para la poesía, en su poesía. Por esto, espero haber desentrañado lo necesario a “Caballo Blanco”, siempre desde mi posición de lector.

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