El Circo...

        Por: J. Miguel Vargas Rosas    

       Volver al circo, cuando la adultéz intenta apresarte, quitándote todo rasgo de niño, es como si renacieras en el regazo tierno de la madre o en la pileta de la mansedumbre que acompaña a las risotadas felices de las aves que surcan el firmamento, rumbo a horizontes desconocidos. Se reanuda el sueño donde arriban, como barcas al puerto, todos los demás sueños y con estos, retorna también, como si hubiese estado extraviado durante mucho tiempo, la magia, esa magia casi indescriptible donde uno se hunde a volar y el tiempo se agota. 
          Entonces, gracias a la magia del circo, uno entiende que la única forma de sobrevivir y ser libre es soñando y soñando se es libre y dentro de los sueños nos asomamos a romper cadenas de verdad. Por eso, si es que queremos subsistir a tanta desgracia, que jamás nos falten los circos mágicos, aquellos inolvidables que nos hacen evocar un sendero circundado por naturaleza magnánima y donde correremos, montaremos bicicleta, o iremos de las manos, o simplemente levitaremos viviendo al fin lo que somos en esa esencia, esa esencia que en el camino de la existencia muchas veces olvidamos y sin embargo, es nuestra mejor virtud. 


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