Las muertes (En forma de carta)

 Por: J. Miguel Vargas Rosas

     

Esta eterna soledad empezó a abrumar. Afuera ha caído otro ser endeble, fulminado no por el tiempo, sino por algo extraño. He visto la muerte de cerca, he visto sus ojeras en los rostros de personas cercanas, pero cuando cada mañana la noticia lúgubre llega a tu puerta, la golpea para susurrarte esas macabras misivas, es difícil entender la soledad y es tan pesada la carga en el espíritu. Aquí, en este tiempo incierto debe ser aplacado el narcicismo, considerado como una perversión mental, pues es hora de comprender que nuestra alegría está atada al sufrimiento o la alegría de los demás. No me puedo considerar completo, sino mutilado de alma, de corazón, de conciencia cuando veo caer uno tras otro a los habitantes del viejo barrio, de la manzana y a los familiares, en soledad. 

   Hoy la humanidad parece alejarse más de los temas existencialistas, que la dañaron subconscientemente en épocas antiguas. La humanidad quiere vivir, se aferra a esa existencia, como si todas las manos se unieran en una sola, y sin embargo cuán morbosa es la ambición de unos pocos, que deciden someter a las grandes mayorías a la desesperación. A veces, en las sombras de mi oscuridad, puedo ver la silueta de la muerte que busca conversar conmigo, mientras nos tomamos una taza de café. 

        Cuán difícil resulta hablar de sueños, cuando los humanos se derrumban uno a uno. Cuán difícil fue hablar de sueños, de juegos, de amor, de ilusiones, cuando habitábamos absorbidos en un circuito monótono de sobrevivencia y que confundíamos con el “vivir”. Cuán ilusos éramos al escuchar los discursos de fanfarrones incitándonos a “vivir”, correr y volar libres, cuando una mano feroz nos hundía más y más al circuito sin salida de la sobrevivencia. Entonces mirábamos pasar la vida de largo, aduciendo que trabajábamos sin descanso, estresados y adoloridos para poder vivir, pero la existencia se nos pasaba. Ahora nos acelera la muerte. 

       Sin embargo, en medio de toda esa penumbra que nos languidece, nos hace ver con nostalgia honda nuestra soledad de genialidades, la esperanza sigue siendo una antorcha que ilumina sola en el bosque de los almendros. La esperanza no se ha apagado aún. Y renuncio a mis deseos individuales, porque sé que ningún humano puede ser feliz mientras otros humanos perecen en la indiferencia. La esperanza atiza más sus llamas, porque lo absurdo debe diluirse en medio de la lucha gigantesca y el peregrinaje hacia un nuevo mundo por parte de la humanidad entera. Por eso, renuncio a mis más cándidos deseos personales, con tal de que coadyuvemos a crear un nuevo mundo, e iluminemos con la energía de la esperanza, las ventanas de todas las casas. Es urgente cambiar el mundo, para recién hablar de vivir, de sueños, de ilusiones, del amor puro, del amor idóneo, y en ese mundo los niños florecerán con la sonrisa ancha y la poesía embadurnará las paredes de las calles, porque estas tendrán mucho de nuestras almas. 

     Las paradojas precisamente consisten en esto, la gente muere para que nazcan nuevos seres. El mundo viejo deberá morir, para que nazca uno nuevo y ese nuevo mundo lo haremos juntos. Porque ahí donde pueda verse la muerte en su banquete, también se prepara la vida para traer luminosidad y hacernos entender que la vida es lo más bello que se nos ha dado, la vida y sus misterios, el universo y su inmensidad. De entre esta penumbra, están germinando estrellas para poblar nuestros cielos y estar iluminados. Hay esperanza… hay vida… debe haber sonrisa en nuestros ojos… Tengamos fe en ello… en el hombre justo, en su capacidad de poder transformarlo todo… La vida volverá a nuestras manos.


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