Salven a los niños

Por: J. Miguel Vargas Rosas
       
     
       Creemos que, para construir un libro, debemos llevar siempre presente la célebre frase de Franz Kafka: “Un libro debe ser el hacha con el cual romper el mar helado de nuestro interior”, y nuestro individualismo – es decir, ese interior nuestro - está inexorablemente ligado a la sociedad, a la multitud, al pueblo que es quien ha construido nuevas sociedades, nuevos mundos, por lo que el libro debe romper la calma mortífera en la que estamos sumergidos actualmente. Cada libro es una voz, un grito, una bandera, un sentimiento intenso a punto de encender fogatas y he tratado de que “Hijos de la iglesia” sea también una antorcha, que sea un hacha más que pueda romper la mar congelada, que abra los ojos y remueva el espíritu. Podemos hablar de libertad, pero en verdad no somos libres ni lo seremos mientras se quebrante la seguridad de la inocencia, y se marchiten a pisotones las primaveras de los niños y este libro, manojo de cuatro cuentos, toca la triste realidad de los niños a través de un ambiente terrorífico, porque muchos de ellos afrontan precisamente un ambiente nebuloso. Además, intenta explorar la parte oscura de la psicología humana, esa parte a la que Freud señalaba como subconsciente y que podía disparar señales al consciente o mejor dicho, en palabras sencillas, explotar y reflejarse en la conducta humana. Quisiéramos que cuando el lector abra el libro, sienta que abre un mundo de misterios, un mundo oscuro, al cual inevitablemente tendrá que adentrarse y encender una pequeña lamparilla para iluminarse durante el viaje de estas páginas. 
La mayoría de los cuentos han tenido como punto de partida, hechos ocurridos en mi infancia en la parte selvática del Perú o en mi etapa de reportero gráfico en la ciudad de Huánuco. Luego, la imaginación emergida de la soledad, hizo lo suyo. Y sí, tuve que ver a amigos niños morir en el más grande espanto, golpeados por monstruos horrorosos, y sí he visto cadáveres de niños. Éramos niños entonces, llorábamos, culpábamos a la vida, al mundo, pero no sabíamos que los monstruos seguían acechándonos y hasta ahora siguen acechando infantes. Esos monstruos pueden salir de la caja de pandora en cualquier momento, asaltar las calles, romper las ventanas, golpear a los indefensos, apoderarse o disfrazarse de instituciones como la iglesia, las religiones, la política y un montón de etc. Por este motivo, les invito a descubrir el mensaje entre líneas de cada cuento, el ver más allá de la simple historia. Creo que ese es uno de los objetivos de todos los que hacemos literatura. Ir más allá de las palabras, pero con las mismas palabras. 
Y ya que este libro tiene como protagonistas a niños y jóvenes y ya que, como dijera Fernando Savater, habitamos más lejos del paraíso y mucho más cerca de algo parecido al infierno, me veo en la imperiosa necesidad de citar solo dos palabras del viejo escritor chino Lu Sin, cuando este señalaba que vivía en una comunidad de caníbales, en la que los habitantes se devoraban entre ellos y nosotros estamos actualmente en una sociedad similar, pero con la misma esperanza que tenía Lu Sin, el que quizá haya niños que aún no comieron carne humana, por eso y porque en ellos está el fulgor de un nuevo mañana, debemos decir: ¡Salven a los niños!

*Discurso pronunciado en la presentación del libro "Hijos de la iglesia"

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