El café....

           Nos sentamos alrededor de la mesa, con el café humeante sobre ella. El vapor del café dibuja volutas de alegría, esperanzas, ilusiones, sueños, candidez y otra vez la alegría. Los niños de la casa hacen ruido. El padre, bebe un sorbo, sonríe, bromea. La madre responde con otra broma. La algarabía nos llena a todos, frente al café humeante y cargado, mientras el viento sacude las ventanas y las puertas. Es imposible no vivirlo así, como si fuese el último momento y hay ganas de inmortalizar ese momento, de detener el tiempo, pero solo queda la bizarra opción de vivirlo al máximo, de grabarlo en la memoria. Abrazo a mi madre y a mi padre.
     Las charlas de política y los recuerdos no están lejos. Evoco al abuelo con sus campanadas para llamar a la mesa; a mis dos padres en el río, enseñándonos a nadar. Reímos. El café humeante es un ente que escucha y tiñe el ambiente de calidez. De pronto, las risas se disipan. El jolgorio del pequeño Sebastián también se apaga. Las miradas se concentran en el café. Yo veo en el reflejo oscuro de aquel líquido espeso, el día en que me rehusé aceptar la comida elegante que papá invitaba en un lugar también elegante, porque de manera súbita, apareció un niño pidiéndonos comida. No cené. No pude. Me sentía responsable por la pobreza, a los trece años de edad.
      Mi padre me mira con sus ojos tristones. El tiempo ha pasado, es difícil seguir cumpliendo una promesa cuando los años van pasando por el cuerpo. Luchar por el pueblo es aquella promesa, que uno mismo se hizo. El café me remonta a aquella época en que, sentados al borde de mi cama, él, mi viejo, termina de enseñarme matemáticas.
        - ¿Y ya has pensado qué estudiar?
        - Medicina, papá
        - Me alegra - su alegría lo reflejan sus ojos que se encienden - me alegra porque sé que también con esa profesión podrás luchar por el pueblo...
         - Y también puedo combatir papá....
         Vuelvo al presente, a la mesa con el café humeante. Mi padre tiene ya más años, mi madre vuelve a sonreír por una broma. La noche parece eternizarse. No habrá nada ni nadie que lo apague. El café nos reúne, absorbiendo mi alma y mis moléculas, que se quedan en ese instante, en ese precioso momento en que mis padres se hacen una muestra de cariño con sus juegos, sus bromas y sus manos.
        Yo soy el hijo voluble, aquel que se irá al día siguiente, pero que se quedará hecho fantasmagoría en la casa, aquel que los acompañará y moverá los muebles, el que los abrazará y sin embargo llega el momento de partir. Piedra, Miguel, eres piedra, aquella piedra que llegará al bosque, escalará las montañas, tomará nuevamente su promesa. Eres piedra que en la montaña entenderá que, en verdad es una sencilla hoja, una frágil hoja que ha de llorar sin lágrimas, pero llorará finalmente...


     
     
   
   
          

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